miércoles, febrero 28, 2007

Ya no hay que leer imagenes en movimiento
Ejercio de subordinación nº1




El artista, que explora por su cuenta los peligros espirituales, se hace acreedor a una cierta licencia para comportarse de modo distinto del resto de los mortales. La singularidad de su vocación puede compaginarse-o no- con un estilo de vida apropiadamente excéntrico. Su misión consiste en inventar trofeos acordes con sus experiencias: objetos y ademanes que fascinan y subyugan, sin limitarse a instruir o entretener (como lo estipulan las antiguas teorías referidas al artista). Su principal recurso para fascinar consuiste en avanzar un paso más por la dialéctica de la atrocidad. Se esfuerza por lograr que su obra sea repulsiva, oscura, ininteligible; en síntesis, por dar lo que es, o parece ser, indeseado. Pero aunque las atrocidades que el artista perpreta contra su público sean feroces, su prestigio y su autoridad espiritual dependen en última instancia de la percepción (sabida o inferida) que el público tenga de las atrocidades que aquel comete contra sí mismo. El artista moderno ejemplar es un traficante de locura.



Susan Sontag



Ayer tarde comprové que palabras escritas a finales de los 60 que pueden aplicarse a obras de los finales de los 90. ¿Eso es lo que se entiende por posmodernidad?

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